Investigando un poco sobre lo que hacer con nuestros valorados ahorros, me he encontrado con posiciones controversiales transversalmente opuestas.
Por un lado, Nicolás Litvinoff (autor de “¡Es tu dinero!”) y otros autores defienden la autogestión de los ahorros.
Sostienen que cuando uno va a ver por primera vez a un ejecutivo de cuentas o a un asesor financiero (ya sea que se busque cerrar un trato del estilo “te doy los ahorros para que vos los inviertas” o “te pago para que me digas en donde invertir”) se produce invariablemente un conflicto de intereses. El asesor financiero tiene una idea en la cabeza y el inversor tiene otra. ¿Cuál es el objetivo del inversor? Mantener el poder adquisitivo, proteger sus ahorros, ganar dinero, que el asesor le “bata la justa”, etc. ¿Cuál es el objetivo del asesor? Si es un ejecutivo de cuentas, solamente estará pensando en sus comisiones, el famoso “bonus de fin de año” (en función de la cantidad de productos que le puede “enchufar” a sus clientes) y si es un asesor estará pensando en sus honorarios.
Por otro lado, Gustavo Ibáñez Padilla (autor del “Manual de Economía Personal”) y otros autores defienden a rajatabla el papel del asesor como eslabón necesario entre el inversor y los instrumentos de inversión.
Este segundo grupo de especialistas sostienen que uno no puede invertir su propio dinero, dado que, aunque tenga los conocimientos necesarios, está en una situación en la cual no puede actuar objetivamente (es decir… que manejar nuestro propio dinero nos llevará a guiarnos por emociones tarde o temprano). Tal como un abogado no ejerce en su propia defensa, una persona no debería invertir su propio dinero.
Para dar el broche final les dejo la clásica pregunta popularizada por Matías Martin:
Y vos… ¡¿de qué lado estás?!
1 comentario:
ultimamenter leo tu bog me parece muy interesante y difiero solo en algunos detalles pero me gusta tu forma de pensar
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