Durante nuestras vidas experimentamos millones de eventos de alta probabilidad de ocurrencia pero contadísimos eventos de altísima improbabilidad (lo cual, obviamente, es natural y predecible… lo impredecible es saber qué evento en particular sucederá y cuál no).
Lo curioso es que los “eventos forjadores de nuestro destino”, en mi opinión, son esos últimos (los de bajísima probabilidad de ocurrencia), pues nosotros intuitivamente vamos a querer otorgarles más valor por el solo hecho de que nunca nos suceden.
Algunos ejemplos reales, curiosos y no tan curiosos:
• Todos los días voy en colectivo al trabajo. Por un paro de transportes me veo obligado a ir caminando. En el camino me cruzo a un compañero del secundario que no veía hace cinco años. Me detengo a charlar unos minutos. Como voy a llegar tarde al trabajo, empiezo a correr. Por lo anterior es que me choco con una chica que estaba entrando a su auto. Me baña en café. Enchastre. Charla. Buena onda. Esa noche había soñado que me chamullaba a una colorada de ojos celestes. Si no hubiese pasado lo que pasó nunca me la hubiese cruzado. ¡No la puedo dejar pasar! ¡Es especial! ¡Esta minita era mi destino!
• Mark Twain nació el día en que pasó el Cometa Halley en 1835 y murió el día que volvió a pasar dicho cometa por estos lares: en 1910.
• La probabilidad de que te parta un rayo en un año determinado es de 1 en 3.000.000 y en toda una vida de 1 en 81.701. A pesar de lo anterior, en una familia abuelo, hijo y nieto murieron por esa causa. En 1949 Rolla Primarda murió partido por un rayo en Italia. En 1929 su padre había muerto por la misma causa y en 1899 su abuelo también.
• Un muchachín en un torneo groso de Póker le ganó a un Póker de ases con una escalera real. La probabilidad de que ambos juegos salgan en una misma mano es de 1 en 2.700.000.000.
La joda está en que lo improbable pasa. Si un evento le pasa a una en 6 mil millones de personas, es altísimamente PROBABLE que le pase a “alguien” (a cualquiera en el mundo). Lo mismo para un evento que ocurre una vez cada 88.000 horas. Lo más probable es que dicho evento nos suceda una vez cada diez años. Y lo loco es que cuando pase flashearemos teorías sobre el destino y, quizás, creeremos que algún “higher power” nos está manejando la vida cual marionetas desde arriba.
La incertidumbre y lo indefinido forman parte indisoluble de nuestra vida. Y tienen una magia especial en nuestra psicología. Es por eso que me parece que los eventos de baja probabilidad de ocurrencia tienen más preponderancia sobre el camino de nuestra vida.
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