Hablar de valores absolutos es absolutamente insignificante. Sin embargo, muchas veces nos cruzamos con personas que nos comentan asombradas: “¡No sabés boludo! Josefina se ganó un departamento invirtiendo en la bolsa”… A lo que uno, ser emocional como todos pero con una pizca de racionalidad latente, piensa para sus adentros: “¿Y? ¿Eso me tiene que decir algo?”. Hablar de ganancias en términos absolutos es, cuando menos, una simpática pavada.
Al plantear la determinación de la rentabilidad sobre nuestra inversión (o inversiones) surgen infinidad de métodos posibles.
¿Medimos la rentabilidad bruta en pesos o en dólares? ¿En vez de rentabilidad bruta nos conviene medir los resultados una vez descontadas tasas, comisiones e impuestos directos? ¿Tenemos que tener en cuenta al costo de oportunidad? ¿Y qué tomamos como “costo de oportunidad”? ¿Debemos acordarnos de la inflación? Muchas preguntas.
¿Cómo mido yo mis humildes resultados? Rentabilidad en pesos después de impuestos y siempre comparada contra el rendimiento del oro, el dólar a plazo fijo y otras inversiones básicas con bajo riesgo-retorno.
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