“El peso mejor gastado es el peso
gastado por uno mismo. Si uno confía en la gente, no tiene sentido regularle la
vida.” -Nassim Taleb-
En
lo que se refiere a la utopía ingenua, es decir, a la ceguera a la historia, no
nos podemos permitir aspirar a una eliminación racionalista de la codicia y de
otros defectos humanos que fragilizan la sociedad. La humanidad lleva miles de
años intentando hacerlo y los seres humanos seguimos igual, y lo último que
necesitamos son más moralizadores peligrosos (de esos que parecen aquejados de
algún problema gastrointestinal permanente). Lo más inteligente (y lo más práctico) es hacer que el mundo sea a
prueba de codicia o, mejor aún, hacer que la sociedad se beneficie de la
codicia y de otros defectos de la especie humana.
Siempre
que se produce una crisis económica se señala a la codicia como causa, lo que
alimenta la impresión de que si pudiéramos llegar a su raíz y arrancarla de
cuajo podríamos eliminar las crisis. Además, tendemos a creer que la codicia es
algo nuevo porque esas crisis económicas tan profundas son una novedad. Pero
esto es otro epifenómeno: la codicia es mucho más antigua que la fragilidad
sistémica. Con una regularidad pasmosa, la codicia se ve como algo nuevo y
remediable. Es más fácil crear sistemas a prueba de codicia que cambiar al ser
humano. Nadie piensa en soluciones sencillas.
Como
el Reino Unido en la Revolución Industrial, la gran baza de los EEUU es,
simplemente, la asunción del riesgo y el uso de la opcionalidad, esta capacidad
extraordinaria de actuar siguiendo una forma racional de ensayo y error, sin
sentir vergüenza por fallar, empezando otra vez y volviendo a fracasar. En
cambio, en el Japón moderno el fracaso va acompañado de una vergüenza que hace
que la gente esconda los riesgos económicos o nucleares bajo la alfombra y
obtenga pocos beneficios mientras se halla sentada sobre un barril de pólvora,
una actitud que contrasta extrañamente con su tradicional respeto a los héroes
caídos y a la llamada “nobleza del fracaso”.
Hoy
por hoy, nadie se atreve a señalar lo evidente: que el crecimiento en la
sociedad no puede surgir de elevar la media a la manera asiática, sino de
aumentar el número de personas en las “colas”, ese número pequeño, muy pequeño,
de personas que se arriesgan y que están lo bastante locas para tener ideas
propias, las personas dotadas de esa cualidad tan rara llamada imaginación y de
la cualidad aún más rara llamada coraje, y que hacen que ocurran cosas.
El
intervencionista se centra en la acción positiva: en hacer. Al igual que sucede
con las definiciones positivas, los actos de comisión son respetados y
ensalzados por nuestras primitivas mentes y conducen, por ejemplo, a
intervenciones ingenuas de los gobiernos que culminan en desastre, a las que
siguen a su vez más intervenciones ingenuas de los gobiernos. Los actos de
omisión, el no hacer algo, no se consideran como actos propiamente dichos y no
parecen formar parte de la misión de un agente (eso aplica en política
económica, en medicina o en la empresa).
En
los sistemas políticos, un mecanismo bueno es quel que ayuda a eliminar la
villano, al “malo” de esa película; no tiene que ver con qué hacer o a quién
poner. Y es que ese malo puede ocasionar más daño que la acción colectiva de
los buenos. “El arte del legislador se limita a la prevención de todo aquello
que pueda impedir el desarrollo de la libertad y la inteligencia.”
Nunca escuchen a un izquierdista que
no regale su fortuna ni viva exactamente conforme al estilo de vida que quiere
que otros sigan. Lo que los franceses llaman “la izquierda caviar” o lo que los
anglosajones llaman “socialistas de champán”, es un sector de personas que
abogan por el socialismo (a veces, incluso por el comunismo), o por un sistema
político con limitaciones suntuarias, al tiempo que llevan una vida
manifiestamente fastuosa, sufragada muchas veces por una herencia, sin darse
cuenta de la contradicción que supone que quieran que otros se abstengan de
semejante estilo de vida.
“Si uno rechaza el laissaz-faire en razón de la falibilidad y
debilidad moral del hombre, uno debe rechazar por la misma razón cualquier tipo
de acción gubernamental.” -Ludwig Von Mises-