Me gustan los laburos donde día a día uno CREA algo que durará: una
casa, un tatuaje, un libro, un artículo de un diario, una canción, una
historieta, una remera, un mueble, etc.
Además, simpatizo mucho con los laburos creadores, pero creadores de
creaciones perdurables (valga la redundancia). Hay laburos con el potencial de
ser creadores que, en el día a día, se convierten en rutinas de bajísimo valor
agregado. Un periodista puede laburar un muy buen artículo por mes sobre un
tema que sirva para que los niños de la próxima generación estudien historia.
De esa forma, laburando así todos los meses, producirá, en toda su vida
laboral, casi mil exquisitas piezas periodísticas… mientras que otro periodista
de igual formación y capacidad puede elegir dedicarse a escribir un chimento de
espectáculos diario que morirá en el olvido casi inmediatamente después del
momento en que el pobre tipo escriba el punto final de su artículo.
Eso me llevó a arribar a la simple conclusión de que la profesión no
hace a la creación, sino que el tipo de creación hace a la profesión.
…y eso también se relaciona con algo bien marxista, pero correcto: los
laburos donde hay enajenación del trabajo propio son una bosta. Si vos “construís”
un barco tipo crucero (donde se necesitan miles de empleados), pero sólo
contribuís a la obra final en una línea de montaje moviendo un tornillito de un
lugar a otro todo el día, vas a estar tan separado del producto de tu propio
trabajo que te vas a sentir un gilún.
Por otro lado, también me encanta el concepto de “Trascendencia”: el
dejar una huella. Capaz que hacés un laburo no muy creador en el día a día,
pero mantenés siempre la vista puesta en el dejar huella, en el hecho de que,
mucho después de que se descompongan tus restos, va a quedar un pequeño (o
gran) impacto que te sobrevivirá.
Sobre
esto de la trascendencia… El otro día le explicaba a unos amigos mi concepto de
“trascendencia” usando como ejemplo a mi tocayo Santiago Magnin (primo de Francoise “Francisco” Magnin, mi
tatarabuelo). El tipo, hijo de saboyanos, pertenecía a la primera generación de
argentos. Su padre, Jacques Magnin (hermano de mi tátara tátara abuelo), había
nacido en 1850 y, a sus 20, se había venido a la Argentina donde terminó
poniendo almacenes de ramos generales en las fronteras con el indio -Dolores,
Carlos Casares, Pehuajó, etc-. El negocio funcionó genial.
Santiaguito (le decían “Santiaguito” porque a
su padre Jacques, acá los criollos, ya le decían “Santiago” -Jacques traducido
al castellano-) agarró el negocio e hizo más guita aún. Haciendo una historia
larga, corta… Como no tenía herederos
forzosos, Santiaguito y su mujer Francisca pudieron dejar un legado. Le
regalaron todos sus campos a la Fundación Instituto Leloir con la condición de
que no se pudiesen vender nunca (y siempre se utilizase la renta de los mismos
para fines científicos), a la UBA con la condición de que se utilizasen para
enseñar, y a otras instituciones del estilo…. Hoy, Santiaguito y Francisca son los segundos mayores donante de la Fundación
Instituto Leloir (del Nobel en Química Luis Federico Leloir) e importantes
donantes de la UBA.
Un siglo después de la muerte de
Santiaguito (y casi medio del de Francisca), sus campos siguen ahí, ¡alquilados, vivos, productivos y generando
renta para bancar a la ciencia y a la educación!
Eso para mí es trascendencia. Lo loco fue que mis amigos me debatían la
fuerza de la historia diciéndome: “¿pero quién conoce a este Santiago Magnin?”,
a lo que yo me sorprendí y repliqué: “¿qué importa si alguien lo conoce?”. Hoy
pareciera que ser famoso es ser trascendente. WTF? Son dos conceptos totalmente
distintos: Se puede ser famoso por cualquier banalidad intrascendente y se
puede ser trascendente sin que conozca tu nombre ni tu vecino. El trascender es
dejar huella, dejar algo andando que no hubiese andado nunca sin tu pequeña o
gran contribución, dejar nuevos árboles absorbiendo dióxido de carbono y produciendo
oxígeno, dejar una familia feliz, dejar nuevas casas en pie que reduzcan el
déficit habitacional, etc…
Dato de color: El campo donado a la UBA, por ejemplo, es un
campo de 5500 hectáreas en Carlos Casares, hoy valuado en ~USD 45 millones… ¡Menos
mal que estas cosas no quedaron en la familia porque hubiesen sido un incentivo
contrario al desarrollo de cualquier sed de progreso en todos los que venimos después
a llenar ese árbol genealógico!
2 comentarios:
Absolutamente de acuerdo con tu último párrafo. Lo que no tenemos nos obliga a poner en marcha toda nuestra creatividad. Creatividad que deberíamos enfocar hacia la consecución de una verdadera creación... creación que a su vez nos conduzca hacia la trascendencia. ¡Qué bueno dedicar la vida a emprender nuestro camino dentro de estos círculos virtuosos!
Muy buen post Santiago.
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